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Tailandia 2022

  • Foto del escritor: Mar Cuervo
    Mar Cuervo
  • 24 abr 2023
  • 10 Min. de lectura

En Octubre de 2022, David y yo nos embarcamos en nuestra primera aventura juntos fuera de Europa, Tailandia. La diversidad de herpetofauna en este país es tan abrumadora que el estudio previo al viaje casi acaba con nuestra salud mental.


Tras 20 horas de viaje, llegamos a Bangkok a primera hora de la mañana. Nuestra primera parada fue el parque Lumphini, donde mientras yo me derretía por el calor y me escondía a la sombra, David estuvo sacando fotos a los varanos, Varanus salvator. Pudimos ver como un varano de casi 2 m se tragaba un pez, el pez era tan grande que el animal tenía que usar un árbol para empujarlo y lograr trabarlo.


En este mismo parque vimos dos tipos de tortugas, por un lado las tortugas de Florida, Trachemys scripta; da igual a donde vayas, hay tortugas de florida; y por otro, tortugas del templo de cabeza amarilla, Heosemys annadalii. Además de algunas ranitas, principalmente Hylarana erythraea. Tuvimos que huir de Lumphini, porque empezó a diluviar, resulta que Bangkok únicamente es soportable justo después de llover y me encontré a mí misma rezando por que lloviera. El resto del día lo dedicamos a visitar la ciudad, pero por la noche comenzó lo bueno.


Esta noche habíamos quedado con Bank, quién nos llevó a una zona a las afueras de la ciudad. Se trataba de una zona de antiguos cultivos de arroz, por lo que estaba espesamente cubierta de vegetación y completamente inundada. Un paseo elevado rodeaba la zona, lo que nos permitió adentrarnos en ella. Empezamos algo flojos con geckos, ranas y un eslizón del sol, Eutropis multifasciata, que dormía en un árbol. Aunque yo me encontraba más que satisfecha, flipando con el tamaño de los caracoles. La primera serpiente del viaje aparecería poco después. Una serpiente de agua, Homalopsis mereljcoxi, que por desgracia desapareció bajo el agua antes de poder hacerle una buena foto.


Ir en compañía de un local siempre es de ayuda, en este caso alucinamos cuando Bank nos dice que está viendo una pitón, Malayopython reticulatus. Era solo una cabeza sobresaliendo del agua, lejísimos y de noche. Increíble que logrará verla. Hizo falta media hora más y un par de sapitos, para que la cosa empezara a ponerse interesante de verdad con nuestra primera víbora, Trimeresurus macrops. Un macho precioso y super tranquilo que nos dejó sacarle todas las fotos que quisimos. A escasos metros apareció una hembra algo más nerviosa, así que la dejamos tranquila y seguimos avanzando. A partir de ahí fue un festival de Trimeresurus y nos resultó fácil verlas. Tanto que nos encontramos a una en la barandilla de la pasarela.


Además de víboras, vimos montones de agámidos del género Calotes, concretamente Calotes versicolor. Les gustaba dormir en una planta específica, tipo retama, así que era buscar esa planta y saber que iba a haber alguno durmiendo por ahí. Además, esa misma noche tuvimos la suerte de encontrar una serpiente látigo, Ahaetulla fusca, que no fue tan amigable como las víboras, pero tienen una cara tan simpática que podemos perdonarle la mala leche. Para rematar el repertorio de serpientes, la culebra de agua nos dio otra oportunidad y esta vez sí pudimos fotografiarla


En los dos días siguientes que pasamos en Bangkok inspeccionamos todos los parques entre templo y templo, pero sin mucha suerte. Aunque si vimos ardillas, especialmente interesadas en cualquier resto de comida. El tercer día cogimos un vuelo hacia el norte del país, a Chiang Rai. Una zona con un clima más seco y algo más frío, lo cual agradecimos. No es tan selvático como el sur, sino que tiene bosques y grandes zonas llanas de vegetación alta. Nuestro hotel consistía en una serie de cabañitas de madera rodeadas de bosque. Este lugar tenía como mascotas a tres siluros gigantescos, que bien podrían comerse a un niño despistado que se atreviera a acercar la mano a su estanque.


Aunque nuestra intención en Chiang Rai era más bien turística, resulta que a los bichos también les interesa la arquitectura. En la Casa Negra escuchamos a nuestro primer Gekko gecko, que a pesar de nuestra insistencia no se dejó ver. Otras especies de geckos fueron más amables y pudimos hacerles algunas fotos. Pero lo mejor resultó ser una Dendrelaphis pictus, aunque solo sacó la cabeza para saludar. Esa misma noche, por los alrededores del hotel David pudo ver algunas ranas y sapillos, esta vez sólo, porque yo me quedé en la piscina del hotel.


Al día siguiente volvimos al aeropuerto, esta vez con rumbo sur, hacia Krabi. Del aeropuerto hasta el hotel fuimos en una de las Vans más estrafalarias que se haya visto jamás, el techo brillante tenía un enorme dibujo de Doraemon, el salpicadero estaba lleno de figuritas cabezonas del gato cósmico y fuimos amenizados con música chunda chunda.


Llegamos ya de noche, listos para dar un paseo por un parque de la región. La selva puede resultar abrumadora ya que hay mucho donde mirar, pero lo último en lo que piensas es en mirar hacia tus propios pies, pero justo ahí, a los pies de David, estaba una Calloselasma rhodostoma. Es una víbora realmente preciosa, y en este caso bastante pequeña y que se camufla perfectamente entre las hojas del suelo. Fue bastante amable, tras el susto inicial, nos dejó hacerle algunas fotos. En ese mismo parque vimos varios anfibios, entre ellos tuvimos la suerte de ver un amplexo de Fejervarya limnocharis. En el camino de vuelta hacia el hotel nos paramos con todos los geckos que vimos, pero en especial con el impresionante Gekko gecko, que después de habernos vacilado en Chiang Rai, nos permitió esta vez sí, verlo en condiciones. Una absoluta belleza!


Al día siguiente cogimos un barco hacia Railay. Nos habían dicho que era el paraíso, y no fue una exageración. Todo el camino hasta allí y la propia península son increíblemente bonitas, algo irreal, como una película.


Mientras arrastrábamos nuestras maletas cuesta arriba hacia el hotel a David se le escapó una serpiente, probablemente del género Rabdophis. Poco después veíamos la señal de la Diamond Cave, así que tras dejar las maletas nos apresuramos a adentrarnos en la cueva. En su interior pudimos observar dos especies de murciélagos, las cuales no pudimos identificar, una de ellas más grande y con cara de zorrito, algún tipo de murciélago de la fruta y la otra pequeña, y con la típica cara de murciélago de herradura. De camino a la playa nos encontramos con un grupo de macacos cangrejeros, Macaca fascicularis, que estaban en su salsa e interactuaban fácilmente con los turistas. Entre ellos, había un bebe que saco un “Ooooo” generalizado a todas las personas que pasaron. En Railay nos reencontramos con los Calotes, esta vez Calotes emma, de colores más vivos. Ya en la playa, nos recibieron algunos langures, Trachypitecus obscurus, que no son tan confiados como los macacos e hizo falta insistir un poco para poder hacerles unas buenas fotos.


Esa noche salimos a pasear por la península, y nos encontramos con las Kaloulas, Kaloula pulchra. Uno de los anfibios más carismáticos de Tailandia, que además tiene por costumbre colocarse en los lugares más inesperados. En nuestros paseos por Railay llegamos a verlas en taludes rocosos, suelos de piedra e incluso escondidas en huequitos en los árboles. Además de las Kaloulas nos encontramos con varias especies de geckos, entre ellos el precioso Cyrtodactilus lekaguli.


Para acabar la noche descubrimos una preciosa Trimeresurus venustus. Tras localizarla, cogimos la rama en la cual estaba posada y la colocamos con cuidado en un sitio tranquilo, para poder sacarle fotos sin miedo a que se perdiera en la espesura de la selva. Una pareja joven bajaba por el camino mientras nosotros mirábamos embelesados a la serpiente. A continuación, un grito de terror nos despertó de nuestro trance. Al voltearnos, una chica gritaba nerviosa aferrándose al brazo de su pareja. Cuando me acerqué para ver si estaba bien, me dijo entre lágrimas que le tenía terror a las serpientes. Le pedí que esperara un segundo y arrastré a David y a su serpiente lejos del camino. Tras apartarnos, fui a avisarles y ya casi habían desaparecido del miedo! Les juré que ya no había serpiente y cogieron el valor suficiente para seguir el camino.


Tras unos días increíbles disfrutando de las playas de Railay; en las que hicimos snorkel, escalamos hasta unas cuevas y disfrutamos de la puesta de sol más bonita de mi vida, volvimos a Krabi.


Allí dimos un paseo por el manglar, que resulto estar lleno de los cangrejos que le dan el nombre al lugar. También es un lugar genial para ver aves y a los extrañamente graciosos peces del fango, Periophtalmus barbarus. En cuanto a los herpetos, parece que toda la magia ocurre de noche. Aunque yo no estaba presente, David volvió de su escapada nocturna lleno de barro y con unas fotos increíbles de una Krait, Bungarus candidus.


Después de haber estado en semejante paraíso la perspectiva de volver a Bangkok no nos atraía lo más mínimo. Llegamos a Bangkok solamente para volvernos a marchar a la mañana siguiente, esta vez en una Van abarrotada que nos llevaría hacia Pak Chong, un pueblo cercano al Parque Nacional de Khao Yai. Nuestro hotel resultó ser un lugar realmente bonito al borde de un río y en el que nos despertaban a primera hora los gritos de los Miná, Acridotheres tristis, un pájaro muy común en Tailandia y no particularmente llamativo, pero cuyos gritos son la banda sonora de la selva. Recorrimos el parque Nacional acompañados por los guías y un grupo de turistas, entre ellos otra española, Bea. Antes incluso de haber entrado en el parque, pararon los jeeps, porque uno de los guías había visto una serpiente. Incompresible para mí como pudo verla yendo a esa velocidad. Resultó ser otra serpiente látigo, en este caso, una Ahetulla prasina. De un color blanco precioso, pero a medida que la serpiente se empezaba a sentir molesta por el acoso fotográfico de un montón de guiris, empezaron a aparecer manchas negras. Cuando esta serpiente se siente amenazada se hincha separando las escamas, lo que nos permite ver el bandeado negro de debajo. La dejamos tranquila y seguimos nuestro camino.


Nuestra primera parada fueron unas pozas en las que me di un baño mientras David rebuscaba sin mucho éxito entre las hojas. Después nos llevaron a una cueva repleta de murciélagos. Tres especies distintas de murciélagos conviven en esa cueva, aunque no puedo concretar cuáles son, si puedo decir que en el momento me pareció que eran muchísimos. También nos encontramos con alguna ranita y con un solífugo, que acabo descansando sobre mi cabeza, para divertimento mío y horror de todos los presentes.


Salimos de la cueva justo a tiempo para ver uno de los espectáculos naturales más impresionantes de todo el viaje. Millares de murciélagos, saliendo de sus cuevas y formando un río volador. No es solo la impresión del número de murciélagos que salían, ya que los vimos durante casi una hora salir ininterrumpidamente, si no el sonido. El murmullo de los aleteos, los chasquidos… Impresionante. Algún tipo de ave rapaz hacía pasadas por encima del río de murciélagos y se tiraba para volver a elevarse luego, con un murciélago en el pico. Mientras yo estaba absorta en este espectáculo David volvió con una víbora verde, Trimeresurus macrops.


Al cabo de un rato, uno de los guías nos llamó al grito de “Snake”, varios guías cavaban con las manos desnudas en el barro en busca de una serpiente, que aparecería poco después. Les había parecido una Kukri, una serpiente común e inofensiva, pero una vez la tuvieron en la mano David la identificó como una coral, Calliophis maculiceps, una serpiente venenosa. El incidente nos dejó tan nerviosos que no pudimos disfrutar del hermoso animal.


Al día siguiente bien temprano volvíamos a estar subidos a los jeeps. En nuestra primera parada nos detuvimos para ponernos los “calcetines anti-sanguijuelas”. Parece ser que en esa zona de Tailandia hay dos estaciones: la de sanguijuelas y la de garrapatas. ¡Encantador! Los pensamientos de tener invertebrados chupando mi sangre fueron rápidamente sustituidos cuando nos encontramos con un dragón de agua, Physignathus cocincinus, que se quedó tranquilamente tumbado sobre un tronco mientras nosotros flipábamos y lo acosábamos con fotos.


Poco después vimos sambares, Rusa unicolor, una pareja a la que le gusta rondar cerca del centro de visitantes en busca de los restos dejados por los turistas. Algo más adelante se nos acercó una familia de macacos de cola de cerdo, Macaca leonina. Son particularmente bonitos con una línea roja sobre el parpado que la sensación de que se hubieran maquillado. Están tan tranquilos y confiados cerca de la gente que pudimos ver como una madre amamantaba a su cría.


En nuestro paseo por la selva pudimos ver a los famosos cálaos, Buceros bicornis, que son el emblema del parque y un ave de increíble belleza y tamaño. Cuando vuelan sobre tu cabeza los escuchas, baten las alas con tal fuerza que producen un sonido similar al de un avión. Poco después, otro sonido llamaría nuestra atención, esta vez las llamadas de los gibones de manos blancas, Hylobates lar. ¡Qué rápido se mueven! Dan dos saltos y están fuera de tu vista. Aunque yo tuve la suerte de poder ver a una madre blanca con su cría de color oscuro a través de un telescopio, David no tuvo tanta suerte a la hora de fotografiar a estos raros animales. La experiencia sin embargo, fue alucinante.


Después de tantas emociones hicimos un descanso para comer. Todos menos David, por supuesto, que finalmente dio con un dragón volador, Draco maculatus. Era prácticamente imposible verlo, se camufla a la perfección con la corteza de los árboles y se encontraba a varios metros de altura. Nos hubiera gustado verlo “volar” o hacer alarde de su membrana gular. Pero simplemente nos miró con aburrimiento desde las alturas. Mientras nosotros suplicábamos a un lagarto para que hiciera su espectáculo, los guías empezaron a llamarnos a gritos. Salimos corriendo montados en los jeeps, super emocionados, habían visto elefantes asiáticos, Elephas maximus. Cuando llegamos, tuvimos la increíble suerte de encontrarnos con una hembra y su cría. Pudimos verlas durante un rato, tan cerca que David tuvo que alejarse para poder hacerles fotos, incluso las vimos cruzar la carretera, tan sólo a unos metros. Preciosas.


Ese mismo día aún nos guardaba algunas sorpresas, entre ellas unos abejarucos, chacales, que aunque se dejaron ver y oír no hubo forma de fotografiar, puercoespines; y mi favorito, un muntíaco, Muntiacus muntjak. Este cérvido no solo es bonito, si no también muy curioso. Cuando David se bajó del jeep para hacerle una foto, en lugar de asustarse, dio varios pasos hacia delante, como diciendo: “Este es mi lado bueno, sácame guapo por favor”.


El día terminó con una nueva serpiente, Trimeresurus vogeli. Este resultaría ser el último bichillo de nuestro viaje, ya que al día siguiente teníamos que coger el avión de vuelta a casa. Treinta y dos horas después, habiendo cogido una Van, un taxi, dos aviones y un tren, por fin pudimos caer muertos en el sofá.


Fue un viaje totalmente increíble. Es un país enorme, increíblemente diverso y rico. Con unas personas encantadoras, una cultura super interesante y una comida deliciosa.


¡Volveremos!

 
 
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